Este blog está dedicado a mis dos grandes pasiones: la fotografía y la música. Incluiré, de a poco, las capturas de mi vida cotidiana y los sonidos que me inspiran, bienvenidos.
Apenas finalizado el estreno del vallet La Consagración de la Primavera (París,1914), compositores, críticos, diletantes y público en genral, se lanzaron como energúmenos tras la mente pervertida que concibiera tamaña herejía en contra del buen gusto musical, la forma correcta y la tradición clásicista. Por cierto que las voces de algunos como Claude Debussy y Maurice Ravel se hicieron escuchar. Estos aplaudieron la osadía de Stravinski y celebraron la inquietante originalidad de éste, rupturista y desafiante, venida a señalar un nuevo derrotero en la música contemporánea. La novedad suele ser la estricta negación del clisé, lo establecido tambaleándose ante lo revolucionario. Si el estreno de una obra como esta es capaz de sucitar tal reacción, donde conspicuos señores llegan a perder la compostura, es porque tememos a lo nuevo, sobre todo cuando trastoca el mundo que hemos construído y se comienzan a desmoronar nuestras certezas. Algo de eso aconteció aquella velada. La mayoría del público asistente, excepto algunos como los antes mencionados, se volcaron en contra de Stravinski y su engendro composicional. Lo curioso es que este compositor ruso, fuera de lo estrictamente musical, adoptó un una postura más bien conservadora frente al momento histórico que le tocara vivir.
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Apenas finalizado el estreno del vallet La Consagración de la Primavera (París,1914), compositores, críticos, diletantes y público en genral, se lanzaron como energúmenos tras la mente pervertida que concibiera tamaña herejía en contra del buen gusto musical, la forma correcta y la tradición clásicista. Por cierto que las voces de algunos como Claude Debussy y Maurice Ravel se hicieron escuchar. Estos aplaudieron la osadía de Stravinski y celebraron la inquietante originalidad de éste, rupturista y desafiante, venida a señalar un nuevo derrotero en la música contemporánea.
La novedad suele ser la estricta negación del clisé, lo establecido tambaleándose ante lo revolucionario. Si el estreno de una obra como esta es capaz de sucitar tal reacción, donde conspicuos señores llegan a perder la compostura, es porque tememos a lo nuevo, sobre todo cuando trastoca el mundo que hemos construído y se comienzan a desmoronar nuestras certezas. Algo de eso aconteció aquella velada. La mayoría del público asistente, excepto algunos como los antes mencionados, se volcaron en contra de Stravinski y su engendro composicional. Lo curioso es que este compositor ruso, fuera de lo estrictamente musical, adoptó un una postura más bien conservadora frente al momento histórico que le tocara vivir.
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